lunes, 4 de octubre de 2010

Mundo Hosco (anoche tuve un sueño)

              
                  Desperté en una silla de oficina con la voz chillona de mujeres que cuchichiaban vaya a saber uno que cosa. En mí perturbado estado somnoliento pude divisar una seguidilla de escritorios de metal descolorido, que rodeaban ambos lados de lo que parecía ser un teatro, una iglesia o algún cine de pueblo despoblado. Las risas y miradas complots  insinuaban que yo, definitivamente, no tenía que estar ahí. Pero… ¿cómo había llegado? En un esfuerzo sobrehumano traté de recordar cómo había llegado hasta esa silla roja de cuero rasgado e inestable; pero me fue imposible.
                Con el pensamiento alterado traté de entender qué hacían esos rostros más o menos conocidos. ¿Acaso esperaban?... ¡Esperaban un qué, o tal vez un quien! No entendía muy bien que hacía yo, en esa solemne sala de espera, así que tomé coraje -porque las piernas pesaban- y elegí salir en busca de una respuesta que quizá nunca llegaría. En la puerta me esperaban siete cachorros y una madre desesperada. Mi rostro apenas alcanzó a dibujar una sonrisa cuando la estructura de una casa de cartón y harapos mal olientes delataron una vida entera de humillación y desprecio. Era el ejemplo de que no todos corremos la misma suerte.
                Con la mirada extraviada y el paso tardo y desconfiado caminé hasta una plaza. La adornaba majestuoso el árbol más grande y bello que mis ojos jamás vieron.  Generoso, regalaba hilos de luz a un paisaje acuoso. Creí que andaba sola, cuando de repente del cielo bajó aquel, que había partido al reino de las  vidalas. Su voz paterna me llenó el alma. Era el mensajero de desafortunadas noticias. Me advirtió que el mundo poseído por el Tártaro* estaba: “son tiempos umbríos”, habló. Recordó que la historia del hombre estos momentos ya vivió. Mencionó el destino de  Lot* y a su suerte me sentenció.
                Finalizada sus palabras el cuerpo se mi hizo aire y ramas de todos los árboles me elevaron, despejando en lo alto, un mundo condenado por los siete pecados, un mundo habitado por ciudadanos de cotidianidad “neumática”, oprimidos, entregados. Inevitable era el caos. Y así pasó… con un sórdido rugido las feroces Erinias* llegaron. El paisaje cambió.  Gritos que desgarran el alma escuchaba, sobre escombros de humanos  cercenados marchaba hacia la redención (si es que esta era posible). Del fuego era el color, torres de piedra devenían polvo y un YO desesperado por pescar almas lloraba. En ese desalentado andar divisaba la luz de las miradas que estaban destinadas a ser salvadas. Mi mano como ráfaga las rescataba de  ese desvastado mundo.
                De repente la negrura se apoderó de todo y un silencio funesto me estremeció las entrañas. Al que predijo los hechos interrogué en voz cortada: ¿donde se han ido todos esos que habitaban la tierra, acaso son ánimas? Ni bien terminé mis palabras un viento cálido me devolvió la esperanza. Allá a lo lejos distinguí, de un matiz dorado, una casa. Reconocí la fachada y junto a ella la plaza. La habitaban sujetos de carne y hueso; no fantasmas. Sobrevivientes del fin de una era. Confundidos, en actitud pasiva de espera. Eran los elegidos, comprendí, de una nueva etapa.
                Miré a mi guía esperanzada de ser una más de esa masa. Pero sus ojos me lo negaban. Mi viaje a otro mundo era lo que escrito estaba.  Sin aliento y con el corazón desecho comenzó mi marcha, atrás dejaba seres queridos y una vida realizada. Pero el deseo por permanecer con los afectos me confundió el sendero. Por mis espaldas, vi venir como torbellino un agujero negro, era la bestia que cegaba  y los recuerdos mataba a todo aquel que negaba su camino. La condena a tal desobediencia era vivir eternamente el mismo acontecimiento. 
Desperté en una silla de oficina con la voz chillona de mujeres que cuchichiaban vaya a saber uno que cosa…
*En la mitología griega el Tártaro es tanto una deidad como un lugar de tormento del Inframundo, más profundo incluso que el Hades.
*Según el relato de la Biblia en el capítulo 18 del Génesis, Dios reveló a Abraham que destruiría Sodoma por medio de fuego y azufre porque su pecado era muy grave e irreversible, sólo Lot y su familia podrían ser salvados, pero no todos le creyeron cuando este les advirtió.
*En la mitología griega las Erinias eran personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes.   

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